Caro le costó al turco Benial labrar su elegante ranchito en la cresta de los Cinco Talas, cerca del río Uruguay. Más caro le costo al gringo Fiorotto.
Por un curioso quiasma, el italiano era tendero y el turco mecánico remendón. El turco era más católico que San Marón; y nadie sabía cuándo trabajaba, acostumbrados a verlo montado en pelo en un soberbio zaino picazo a lo largo de la costa; o bien pescando. Le aconsejaron que no; pero él se emperró en quincharse una casita en un terreno de nadie. Ya se sabe lo que son esos terrenos de nadie; de repente se descuelga un porteño con un “título provisorio” del año 1860, desaloja al pobrerío, destruye los ranchos, y no ocupará para nada el terreno, aunque finge hacerlo. A esto llaman “
El río Uruguay es un bestión que no tiene ley, aunque algunos digan “tiene muchas leyes”, que es lo mismo; porque tan malo es sobrarse como faltar. Bien lo aprendió –o desaprendió- el inglés Mac Coughlin, que viendo una tarde de otoño la inmensa chapa serena de acero fluido corrugado, dijo que él era capaz, Goddam, de cruzar a nado a la otra banda; y a los tres días encontraron su cadáver en el lago Santa Lucía, en
El río Uruguay, a pesar de su nombre de pajarito, es una especie de enorme gusano perezoso y potente, que sin previo aviso se le antoja hinchar el lomo. Nadie puede prever su crecida; y lo que hacen los inútiles del Servicio Hidráulico es telegrafiar a Buenos Aires: “gran masa de aguas desciende del Brasil”. Pero no saben por dónde irá a reventar la cosa; porque el antojadizo gusano lo mismo revienta por la cola que por la nuca; siendo como es puro lomo. Está lleno de fuerza dentro del cuerpo; por fuera no se ve sino un suave rizo.
Reventó frente a Concordia en 1959; una, porque abrió brecha en el crestón del Yuquerí, convirtiéndolo en un torrente arrollador; y otra, porque un pampero de tres días detuvo y aun hizo recular las aguas en el estuario frente a Colonia, al mismo tiempo que llovía a mares en el Brasil Sur. O simplemente, porque se le antojó. Dicen que las aguas sobrenivelaron once metros; y nadie sabe dónde pudo salir tanta agua, como en el cuento del Diluvio Universal; pero lo creerá quien hay visto del tope de la torre municipal la ciudad convertida en alejada isla y un mar barroso a pérdida de vista. Ahí tienen la foto en el suplemento de
El turco se subió con un cuadrito de San Marón al techo de su primorosa casita, diciendo: “mañana, bajante”; y a la madrugada del otro día estaba con el agua a las rodillas, a los gritos, y sin obtener oído de los helicópteros, aviones, chalanas y torpederas del Ejército, que francamente hicieron más ruido que nueces. Entre paréntesis, el Gobierno impuso una capacitación de un peso a todo bicho viviente de Entre Ríos para ayuda de los anegados; y resultó una decapitación; pues hasta ahora nadie sabe dónde ha ido la plata y el impuesto continúa.
El turco desesperó de la ayuda oficial, y no era para menos; y a nado se apoderó de una batea de panadero al salir el sol, desde la mismísima copa de uno de los cinco talas: dentro la cual había lo menos una docena de yararás entumecidas. Eso le valió el entume; porque con una rama que pescó al paso no consiguió ni hacerlas salir ni hacerse morder; solamente que se amontonaron en proa, trenzadas en viscoso nudo.
¿No quiere el diablo que la frágil arca fuese a aportar sin gobierno, justo frente a la tiendita del gringo Fiorotto? El gringo comenzó a vociferar desde la puerta que se mandara a mudar, pues no tenía ni pan para dos; mas cuando vio los reptiles color sapo, muy contento de hallar tierra, descolgarse majestuosamente por proa, aquí sí que el mal genio del gringo pudo más hasta que el miedo. Armado de la vara de medir género, salió en persecución del pobre turco, que no tuvo otro remedio sino huir patita-paque-te-quiero más de media hora entre baches y matas de paja brava. Al fin se hundió en una charca de agua y barro hasta las rodillas. Allí estaba libre del furibundo gringo, pero no podía salir. Se dio vuelta, y enseñándole la imagen de San Marón, le dijo “Berdona paisano; la muerte lava todo” al tendero, que apoyando su garrote, lo colmaba de improperios.
Fiorotto le gritó: “¡Maledetto tú, e el tuo falso Iddío Maometto!”, y dando media vuelta lo dejó a su suerte.
Cómo salió, él mismo jura que no lo sabe; pero no le pagó mal, pues tenía buen corazón. El italiano se enfermó de mal de ijada; y era tan retrancado que nunca quería ver un médico; alegando que era no más una indigestión, curable con té de ruda. El maronita se arregló en la ciudad con Berón el cirujano; y entre el correntino y el turco lo amarraron al italiano en la cama y le operaron la apendicitis de prepotencia.
Nunca hay que salvar a nadie por la fuerza. El gringo murió lo mismo, pues le dio mala sangre de pura rabia de haber sido salvado gratis. Se pasó un mes o dos maldiciendo al mundo entero, y sobre todo al profeta Mahoma, que nada tenía que ver. Y finó.
“Fue la única víctima humana de
1 comentario:
¿Se pueden ver en algún lugar los trabajos presentados?
Gracias.
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